jueves, 18 de junio de 2009

20 de mayo

20 de mayo

Ya no se oyen disparos, sólo los gemidos de los infectados. Los soldados interpretan esa señal como una retirada temporal para contener la infección, pero todos en casa sabemos que no es así, sobretodo por el rostro del cabo.

Estar encerrados aquí empieza a resultar desquiciante. Creo que el primer día no nos dimos cuenta lo que supone convivir con tantísimas personas en condiciones extremas. Las discusiones por la comida se han incrementado, ya que la luz se ha ido definidamente y no podemos cocinar los alimentos. A la hora de comer, la madre de Alberto sirvió a su familia un trozo de jamón extra y todos nos quedamos mirando con cara de pocos amigos. Auguro que los problemas van a acabar estallando de un momento a otro.
Hemos pensando que para cocinar podríamos preparar un fuego bajo una placa de metal, de modo que ahora están buscando los materiales. Por la mañana envasamos los alimentos en bolsas aislantes llenas de cubitos de hielo, pero no sé cuánto tiempo podrá conservarse eso.
Ahora que no hay electricidad, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que estamos aislados. La carga de los móviles se ha agotado (aunque daba igual porque las líneas no funcionaban), no tenemos Internet ni televisión... hemos vuelto a la edad de piedra.

Otro asunto es el cielo. Anteriormente, oíamos de vez en cuando algún helicóptero o avión, ahora nada, ni un aparato humano. ¿Cómo estará el mundo...? Quizás sólo estemos aislados y Estados Unidos esté celebrando el fin de la pandemia... a lo mejor hay miles de personas en una cueva custodiada por el ejército sobreviviendo a la catástrofe, y nosotros aquí, solos, sin apenas comida para alimentarnos. Empiezo a pensar que deberíamos haber cogido los transportes del ejército...

Después de comer tuve una charla con mis amigos sobre las perspectivas de futuro:

- Si esa gente está muerta, poco a poco irán descomponiéndose. Llegará un momento en que no puedan caminar y su tejido sea frágil. – dijo Diego.
- Hasta que pase eso pueden pasar meses... o años... – repliqué. – Hay que tener en cuenta los infectados recientes...
- Creo que hay que empezar a comer menos, abstenernos de cenar y desayunar. – propuso Spynk.
- Sí, estoy de acuerdo. Debemos racionar la comida y hacer cálculos para largos meses... – añadió Xhartas. Entonces se hizo el silencio. La comida no iba a durar tanto, éramos demasiados. Por mucho que comiéramos lo mínimo, ¿qué pasaba con el agua? Sólo quedaban tres garrafas... a simple vista parecía mucho, pero el cuerpo humano sobrevive mayoritariamente de H2O.
- Quizás ni siquiera debamos comer algún día. Comer cada dos días o así...
- Yo creo que tenemos que echar a los soldados. – pensó Alberto en voz alta.
- Ellos saben combatir, nos protegerán en caso de que surjan problemas. – repliqué.
- Dijeron que iban a irse al polígono. Han pasado dos días y aquí siguen, se han acoplado porque están asustados, no van a salir nunca.
- ¿¡Acaso tú no tienes miedo, Albertito?! – le preguntó Diego enfadado.
- ¡Vete a la mierda! ¡Claro que tengo miedo, pero ellos eligieron ser soldados! ¡Que cumplan! – me levanté histérico y agarré a Alberto.
- Escúchame... No hay ejército, no hay gobierno, no hay guerra... ¡¿entiendes?! No hay frente en el que combatir, ¡no hay nada! Sólo nos queda una cosa... la humanidad, ¿acaso no eras humano?
- Cristian, cálmate... – me pidió Spynk. Alberto no me respondió, se limitó a apartar la mirada e ignorarme. Pasaron unos segundos sin que nadie dijera nada, entonces Diego tuvo una idea.
- Tenemos un supermercado aquí al lado... – nadie habló. – Y ellos son soldados, hay pocos infectados abajo... ¿y si les pedimos que vayan, cojan agua y comida, y regresen?
- Es muy arriesgado. – contestó Xhartas. – No sabemos si hay infectados en el super o si hay gente encerrada.
- A mi me parece buena idea. – comentó Alberto.
- ¡Joder, pensad un momento! Tienen que enfrentarse a cien o doscientos infectados, caminar trescientos metros hasta el super, cargar la comida y volver con ella... suponiendo que no vengas más de esas cosas... ¿os hacéis una idea de lo difícil que es? – volvió a replicar Xhartas. El problema era que todos sabíamos que no aguantaríamos ni dos semanas con la comida que teníamos, no nos podíamos engañar.
- Sólo se me ocurre una opción... – dije. – Ayudarlos...
- ¿Qué? – preguntó Alberto sorprendido.
- Tienen pistolas. Ellos con las automáticas y nosotros con ellas. Cuatro es mejor que dos, una pistola no es tan complicada de usar... – lo que estaba diciendo sonaba a locura, pero dadas las circunstancias había que ser valiente y olvidarse de cualquier cosa. Todo fuera por sobrevivir.
- ¿Estás diciendo que peguemos tiros a esas cosas? ¿¡Te crees que estás en el Left 4 Dead o en una película?
- ¡No estoy diciendo eso! ¡Estoy diciendo que ha llegado la hora de afrontar la crisis, joder! ¡¿Te parece que esto sea un sueño!? ¡Sabíamos que este momento llegaría! ¡No sobreviviremos con la comida que tenemos! ¡Todos lo sabemos! – De nuevo, nadie dijo nada. Mis palabras resonaron entre convincentes y complicadas. Había que hacerlo, pero nadie se atrevía, y yo tampoco, para qué negarlo.
- ¿Lo echamos a suertes...? – preguntó Spynk.
- Esperad, antes lo consultamos con los soldados, ¿no os parece? – dijo Diego.
- Sí, tienes razón.

Los militares estaban de acuerdo con salir a coger comida, pero en absoluto de que fuéramos con ellos. La madre de Alberto se negó en rotundo a las dos opciones, pero la calmamos diciendo que Alberto no iría. Eso provocó aún más malestar, ¿acaso Alberto tiene una postura privilegiada o cómo va esto? En fin...
Mientras ideábamos un plan, tocamos las bolsas de comida con hielo, nos percatamos de que el hielo no se mantendría indefinidamente así, de modo que decidimos que cogeríamos latas de conserva en cuanto llegáramos al supermercado, era lo más seguro.

Durante todo el día discutimos la ruta más corta y sencilla para llegar al centro comercial. Concluimos que lo mejor era bajar y coger el coche de Alberto, mientras los militares abatían a los infectados que se acercasen. Éstos hicieron recuento de munición: cuatro cargadores G36, tres granadas y diez cargadores de pistola. Finalmente, se llegó al asunto de los dos que irían con los soldados.

- Sigo diciendo que no me parece buena idea que dos civiles nos acompañen, pero tenéis razón en lo que no podremos cargar con la comida nosotros solos... – reconoció Pablo. Él y el soldado dejaron sus pistolas encima de la mesa del salón.
- ¿Quién vendrá? – silencio. Alberto se apartó disimuladamente y se dirigió a su madre. Éramos Spynk, Xhartas, Diego y yo.
- Tú eres alto, pareces más fuerte. – propuso La Piedra mirándome.
- En absoluto soy fuerte...
- Pero eres alto, ¿corres mucho? – preguntó Pablo.
- Fumo, señor...
- ¿Nadie quiere venir? – ninguno de nosotros respondió.
- Entonces a suertes... – era lo más obvio. No teníamos cables para coger el más corto, de modo que usamos un dado y el que sacara el número más alto en dos rondas iba. Spynk cayó el primero, cuando le tocó se lamentó con toda su rabia y empezó a murmurar que siempre le puteaban a él, que era el menos indicado, etc, etc. Se molestó bastante. A la segunda ronda, tuve un empate con Diego, finalmente me tocó a mí. Me tocó a mí...

Sí, ahora entiendo lo que siente Spynk. Puta, reputa mala suerte. Asi que me toca jugarme el cuello.... Bueno, tranquilidad. Los soldados irán delante de nosotros y no parece haber muchos infectados por los alrededores. Si hacemos exactamente lo que ellos dicen, podemos salir de esta. No vale la pena lamentarse por la mala suerte, es irrelevante...

Cuando todo estuvo aclarado, los soldados propusieron aventurarse al supermercado pasado mañana, teníamos que concienciarnos y estudiar el plan con calma para que todo saliera bien, pero sobretodo, coger el arma. No disparamos con ella, simplemente la sostenemos en diferentes posturas y apuntamos con ella con el seguro puesto.

- El retroceso es potente si nunca has disparado con un arma. Tienes que sostenerla con firmeza, con las dos manos, sin pestañear y decidido. – me indicaba el cabo. – Cuando veas a uno no pienses, no te fijes en quien es, no es una persona, ¿entendido? No creo que llegue el momento de disparar, estaremos cerca, pero si llega... hazlo.

Otro de los motivos para esperar dos días era que los soldados se dedicarían a disparar zombies desde las ventanas, un decisión muy buena. Acaban de empezar hace un rato más o menos, los disparos suenan que te cagas. Han matado a todos los que estaban en la parcela y, debido al ruido, muchos infectados se acercado a ver que pasaba, lo cual ha venido de perlas para matarlos.
Los soldados hacen disparos precisos y directos a la cabeza para no gastar munición. Al cabo de dos horas, había como un centenar de cadáveres en la parcela y ningún infectado.

Está anocheciendo. Estoy aquí con mis amigos hablando sobre el plan del supermercado. Ahora están diciendo que deberíamos intentar coger algún arma que los militares dejaron por el suelo, lo cual tampoco es mala idea. El único problema es que no creo que me acuerde de todo eso una vez esté ahí abajo, el nivel de adrelanina debe dispararse por las nubes y no te deja pensar. Todos son optimistas, piensan que con armas de fuego podemos atravesar perfectamente la carretera y llegar allí, pero Spynk no lo tiene tan claro (no ha hecho más que lamentarse durante todo el día). No es para menos, mis amigos se piensan que esto es una película del oeste... jamás he disparado a nadie en mi vida, matar a una persona... No alcanzo a imaginar lo terrible que debe ser, no quiero ni pensarlo... y la putada es que me tocará afrontar esa situación.

Mañana practicaremos con zombies desde la otra ventana y dispararemos nosotros con las pistolas para practicar, ha llegado el momento de comprobar cuanto valor corre por mis venas. Puede sonar caballeresco y estúpido, pero la única palabra que describe el bajar ahí abajo, al inframundo... a la puta jungla... es valor. Necesito valor... algo que no enseñan en la escuela ni en la universidad...

Jaja... Borja, si pudieras verme... con una pistola a punto de matar zombies, ¿de película eh? Espero que estés bien... con tus abuelos en Zamora...

Cristina... quizás cogiste un transporte junto con tus padres, ¿verdad? Estarás en algún refugio con una manta y comida caliente, anclada en tus recuerdos para evadir el infierno en el que nos sumimos...

Taurus, los de japonés, mis tíos, mi primo... ¿Dónde estaréis todos...? Papá, mamá... vuestro hijo está resistiendo... va a sobrevivir cueste lo que cueste...

1 comentario:

  1. aaahhhh!!! pero no lo dejes así, que cruel!! *.*
    En fin...ta chachi, ta chachi, una vuelta de tuerca XD
    Pero está claro que vas a sobrevivir, sino, no podrías haber escrito la primera entrada ;)

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