jueves, 26 de noviembre de 2009

Aclaración

La parte que corresponde ahora es la del principio de la historia, por si no recordáis. Lo siguiente que viene es mi presencia en el coche con el tipo de la gasolinera.

Haced memoria o leer el principio de la historia para encajar las cosas

LA HISTORIA SIGUE!!! ^_^

22 de mayo – Supermercado Lidel. Unos minutos más tarde.

Despierto con un dolor de cabeza de mil demonios y pronto averiguo el causante, pues está todo el mundo gritando como si estuvieran locos. Con todo el mundo me refiero a unos supervivientes refugiados en el jodido super, sí, como leéis, una veintena de personas que permanecían aquí ocultos hasta que nosotros llegamos. Están aporreando la puerta por la que acabamos de pasar... Un momento, ¿dónde está Spynk? Me levanto y de pronto me avasalla una chica de pelo corto y, me vais a llamar salido por pensar cosas así en estos momentos, pero la chica está tremenda.

- No te muevas, te has dado un buen golpe al caer. – La chica debe tener mi edad, o menos, qué coño, ¿en qué estoy pensando? Vale, está claro que no pienso con claridad debido al barullo. Tengo las gafas torcidas, de modo que me las coloco y me froto la frente para recuperar completamente la cordura.
- ¿Y mi amigo...? ¿Y los soldados...? – La chica señala a mi izquierda. Spynk está sentado en el suelo hablando con tres ancianitos. Acto seguido, la joven señala a mi derecha, y por ese lado la cosa pinta peor. Pablo está gritando como un puerco a punto de ser degollado debido a la herida en el hombro. La Piedra lo sujeta por la espalda mientras un calvo enorme y una mujer de unos treinta y tantos años le suministran alcohol para las heridas. En seguida me doy cuenta de que los gritos de Pablo no son los únicos que inundan el ambiente. A unos diez metros de mi no hay gente aporreando nada, son los zombies del otro lado, y lo que veo son a los refugiados conteniéndoles.
- ¡¡Necesitamos más cosas!! ¡¡Esos cabrones son muchísimos!! – Intento levantarme para ayudar y de nuevo la chica me detiene.
- Déjalo, nos ocupamos nosotros. – Como ya me conocéis, soy un chico que le busca el lado cómico a las cosas. Sigo confuso por el golpe y por eso pienso estas gilipolleces, ¿pero no creéis que es un tópico de peli americana encontrarme con esta preciosidad de chica en medio de una catástrofe zombie? Por desgracia, mis tonterías van a acabar pronto, porque los golpes de la entrada son tan jodidamente reales como mi dolor de cabeza, así que me levanto a ayudarles porque empiezan a verse manos asomando por las compuertas de cristal. Detrás de mi viene corriendo gente con monitores y expositores de productos de la tienda que colocan de mala manera en el pasillo de la compuerta.
- ¡¡Ponedlo aquí, joder!! ¡¡Vamos!! – un hombre coloca el monitor y las demás cosas haciendo palanca contra el suelo y la esquina, y la compuerta deja de tambalearse, pero los rugidos son más potentes. - ¡¡Los hemos cabreado!! ¡¡Están golpeando el cristal!! – Aunque este esté tapado con cartones, es más que obvio que eso no va a detener a esas bestias. Me tapo la cabeza e intento pensar pero no me sale nada... Joder... Retrocedo para ver a Spynk y saludo a los ancianos.
- ¡Spynk! ¿Cómo estás?
- Bien, bien... – mi amigo está como drogado por la conmoción, como si acabara de despertar de un sueño. Miro de nuevo hacia la entrada y oigo como el cristal de la fachada empieza a romperse y los refugiados se tiran para atrás... Entonces me lamento. ¡Joder! ¡Ni una puta tregua!
- ¡Levanta, Marcos! – Cojo a mi amigo por el hombro y lo conduzco a la parte trasera del super con el resto de gente. Sigo a la masa hasta una puerta que pone “Personal” y entro con ellos. Tumbo a mi amigo contra la pared, parece que estamos en las taquillas de los trabajadores. Me giro muy deprisa, con el corazón a mil, y veo como irrumpen los últimos supervivientes, uno de ellos con sangre en el brazo, creo que es el que colocó la palanca en la entrada.
- ¡¡Hemos dejado a los soldados!! – grita una señora mayor.
- ¡¡No podemos hacer nada!! – protesta el del brazo.
- ¡¡Lucía y Juan!! ¡¡No podemos dejarles...!!
- ¡¡¡ABRID LA PUERTA!!! – La escena es terrible, tanto que me tiro para atrás con la boca en la mano acojonado de arriba abajo: hay gente al otro lado que está siendo devorada mientras aquí los refugiados arremeten contra la puerta para no dejarles pasar... Un de ellos está llorando, los gritos son espeluznantes...
- ¡¡¡Dadme algo para bloquear el picaporte!!! – la chica joven de antes viene corriendo con una puerta de la taquilla, ayudada por el calvo. Entre dos la colocan herméticamente y se apartan de la salida, con los gritos de socorro aún sonando al otro lado. El panorama es tan terrorífico que os aseguro que no hay estómago que lo trague. Las lágrimas me salen sin apenas sollozar y abrazo a mi amigo Spynk, que está cabeceando como un autista. Los zombies golpean la puerta durante unos segundos y luego todo se silencia... el mundo se apaga por unos instantes y nadie en la sala se mira, sólo se escuchan lloros y sollozos...

Hago recuento de personas, somos dieciocho, perdón diecinueve, acabo de ver a alguien asomándose al final de la habitación. Intento calmarme. Trago saliva y me seco el sudor de la frente. Es entonces cuando el pavo del brazo ensangrentado se coloca delante de mi y me habla:

- ¿Cuál es vuestra historia? – su tono suena amenazador. Le examino con la mirada: es un hombre de la edad de mi padre, quizás un poco más joven, de metro setenta, con algo de panza. Tiene la típica mirada de líder, de tío serio y que manda, pero un poco prepotente, es la impresión que me da.
- ¿Historia...?
- ¡Aparecéis de la nada, tú y tus soldados! ¡Nos jodéis el refugio y ahora estamos aquí en la mierda!
- ¡Antonio! – replica la señora mayor. Bueno, no es tan mayor, pero da la impresión de ser la “segunda al mando”. - ¡No vengas ahora con esas tonterías! ¡¿Qué coño crees que harías tú en medio de la calle?! ¿¡Saltar a los árboles o buscar refugio?! – el hombre la mira y parece que se amedrenta. Luego se arrodilla y se coloca a mi altura para hablarme cara a cara.
- ¿De dónde venís? – Le cuento la historia muy por encima, porque estoy un tanto helado por todo lo ocurrido (nunca me había pasado, pero os juro que no me salían las palabras), y poco a poco se va formando un corro a mi alrededor. Cuando estoy acabando me doy cuenta de que Spynk está dormido.
- ¿¡Vivís aquí al lado?! – pregunta un hombre con camisa y gafas de culo de vaso.
- Veníamos a por comida... para sobrevivir, ya os lo he dicho.
- Gilipollas... – me suelta el calvo. Es un tiarrón muscular, de metro noventa y muy atlético. Pese al insulto, le veo calmado y dialogante. – Yo soy de esa urbanización, como la mitad de aquí... Es una locura salir a la calle. – me explica. – La gente infectada es rápida y siempre atacan en grupos, nunca solos... Es increíble que los soldados no os previnieran de ello.
- ¿Prevenir...? – pregunto. – A ver... ya sé como son esas cosas, pero teníamos que comer... para resistir...
- No lo entiendes... – me dijo entonces la preciosa chica. – Veo que no sabes nada de lo que pasa ahí afuera... – me percato de que el pavo del brazo ensangrentado empieza a perder la paciencia, pero sigo escuchando. – Aunque dejaron de emitir noticias, nosotros teníamos contacto con gente que emitía con una radio casera en Duque de la Victoria, en el centro. Les escuchábamos todos los días. – Pensé por qué cojones no se nos ocurrió sintonizar la radio más de la cuenta. – Contaban todo lo que veían por las calles, un infierno total...
- Decenas de miles de infectados corriendo por todas partes... y cuatro peleles con metralletas disparando impotentes: esa es la “ayuda” del ejército. – continuó el calvo. – No hay manera de sobrevivir ahí fuera... Detectan en seguida el movimiento y el olor...
- ¿Qué... qué? – Olor, ¿pero de qué coño habla este tío?
- ¡Nos huelen! ¿¡Entiendes eso!? – me espeta Antonio. ¡Y ahora estamos aquí encerrados si ninguna salida! ¡Muertos! – el calvo agarra a Antonio y le pone contra la pared. El ambiente se caldea y varios interceden para que se tranquilicen.
- No estamos encerrados... – añade un chico de unos quince años en lo más alejado de la habitación. – Hay una puerta para acceder a la zona de carga y descarga. – Todos se acercan hacia allí y yo, mientras tanto, doy unas palmaditas en la cara a Spynk para que se despierte. La gente empieza a discutir sobre si salir, entrar, qué hacer... Buf... me va a estallar la cabeza, pero esta claro que tengo que reaccionar. Por fin Marcos se despierta y frunce el ceño, molesto.
- Quédate aquí. – Dejo a mi amigo descansando y me acerco a la gente para ver qué planean.

Unos cuantos dicen algo de salir y aguantar con la comida de las cajas precintadas de la zona de descarga. Otros hablan algo de armarse y recuperar la zona comercial, entre ellos el tío del brazo herido. La pareja de ancianos y tres o cuatro persona más permanecen calladas, unos mordiéndose las uñas, otros con la mirada dispersa. Yo, por mi parte, estoy ido completamente... Se decide aguantar en la zona de descarga y todos nos trasladamos allí. Spynk por fin se recupera y le cuento todo lo que ha pasado. Cuando termino de explicarle, la señora mayor se nos presenta.

- A ver, chicos... me llamo Aurora. – Nos da la mano. – Vamos a ver, no podéis volver a vuestra casa, ¿entendido? – Trato de no protestar, pero mi mirada dice lo contrario. – Vais a ayudar con la tarea de atrancar las puertas y bloquear posibles lugares por donde puedan colarse los infectados. – Nos pasamos una media hora ayudando a otros dos chicos a asegurar el sitio, que tampoco es que sea muy grande, el típico almacén de supermercado. No hay muchos sitios por los que salir, salvo la enorme compuerta para los camiones distribuidores. También cerramos bien el acceso a las taquillas y colocamos uno de esos vehículos que cargan y descargan cajas, que ahora no recuerdo como se llaman, justo en medio de la puerta.

Son las 12 de la mañana y siento que han pasado años desde que salí de casa para buscar alimentos. Los soldados han muerto y estoy con esta gente esperando... ¿Esperando a qué? No hay nada que hacer. No podemos salir, no podemos contactar con nuestros amigos, sólo nos queda sobrevivir en otro sitio con todas estas personas, es así de simple. Así de lineal se ha vuelto la vida: refugiarse y esperar, esconderse o huir... Ni leyes ni autoridades ni gobierno ni ejército, nada...

En ese momento habría jurado que nada podía empeorar, pero estaba muy equivocada. Me encontraba con Marcos sentado en el suelo, charlando sobre “nada “ – sí, en realidad sólo divagábamos – cuando surgió una discusión entre los supervivientes. Al tiempo que nos levantábamos intuimos que, por el nivel de la discusión, la cosa era bastante grave. Escuchamos como uno de ellos grita encolerizado, “¡hijo de puta!”, otro “¡sal de aquí, ya!”. Pues bien, resulta que el gordo prepotente está siendo empujado por varias personas, entre ellas el calvo grandullón. Pero esto no es lo peor, la víctima parece estar mareada y se comporta de manera extraña. Cuando estamos a sólo tres metros un hombre se interpone en nuestro camino:

- Está infectado, está infectado. – repite constantemente, parece nervioso. Spynk y yo nos miramos sin saber muy bien qué hacer o qué decir; entonces mis palabras salen solas.
- ¡Matadlo!
- ¡¡¡NO!!! – grita la chica, la joven guapa sacada de una peli americana. - ¡¡¡Estáis como una puta cabra!!! ¡¡¡Ni se os ocurra!!! – La tensión aumenta. El calvo agarra el tipo de la camisa y lo lleva bruscamente hacia la puerta de las taquillas. Todos le seguimos.
- ¡¡¡Mover el puto coche de ahí!!! ¡¡¡Movedlo!!! – unos protestas, otros sollozan y el hombre gime... Está gimiendo, no me gusta.
- ¡No puedes dejarle ahí fuera!
- ¡¡¡He visto a gente transformarse!!! ¡¡Los primeros minutos montan en cólera, son imparables!! – grita el calvo. Eso es nuevo, ¿montan en cólera? ¿A qué se refiere con eso? Me estoy poniendo muy nervioso y cada vez más gente pide que se le eche fuera. Dos voluntarios mueven el cochecito de descarga y el calvo abre la puerta con fuerza para sacar al infectado. Le pega un empujón y éste cae contra las taquillas. – Lo siento...

Bien, tomemos un poco el aire. Lo que voy a escribir ahora es imposible de describir con palabras, espero acercarme lo suficiente para que entendáis el horror que experimenté entonces. En el preciso momento en que el hombre se golpeó con las taquillas, éste empezó a gritar como si fuera un jodido troll de las cavernas. Os aseguro que el alarido que pegó eran tan terrorífico que casi me caigo al suelo. Todos los presentes gritaron en respuesta y el calvo se quedó petrificado. Es más, los infectados del comercio respondieron al grito con más gritos y gemidos, y éstos volvieron a aporrear la puerta de la sala de empleados, como si su compañero les llamara en plan: ¡aquí hay un festín!”. Lo que vino después pasó muy rápido: el gordo se lanzó como el rayo sobre el calvo y le mordió en todo el cuello. Todos salieron corriendo. Yo agarré a Spynk del brazo y nos dirigimos a la puerta principal. Oímos a los zombies gritar fuera como si estuvieran excitados. Mientras me dirijo a mi destino, veo como uno de los superviviente se lanza sobre el infectado con una pértiga de acero, pero no consigo ver el resultado de su ataque y algo me dice que es infructuoso porque la gente sigue corriendo. Llegó hasta la puerta y me doy cuenta de que la mujer anciana está accionando el mecanismo de apertura. Spynk me empuja para salir cuando la puerta tan sólo se ha elevado unos centímetros. Me tiro al suelo para colarme, estoy en el exterior... No hay nadie allí, pero oigo a los zombies en la entrada principal, y deben ser muchos. Cojo a Spynk de la mano y le hago una señal para que no hable. Damos la vuelta al edificio, olvidando por completo a los otros supervivientes, pero nos daba igual. Éstos habían tomado el camino contrario y oímos sus gritos de socorro. Va a sonar muy cruel, pero eso nos ayudó para bordear el comercio y dirigirnos a casa de Alberto. Cruzamos la carretera y saltamos la vaya, no hay zombies que nos sigan...

- Cristian... – Cuando salto la verja, miro hacia la gasolinera. Entre que cojo aire mirando al suelo hasta que miro escucho un enorme griterío y gemidos de zombies, los cuales no me explico hasta que por fin lo veo: hay gente en la puerta de la gasolinera apuntalando la entrada... Hay... hay una MULTITUD de zombies... – Vámonos... vámonos YA! – Me encuentro en una tesitura complicada. Unos cuantos supervivientes rodeados de centenares de zombies despiadados que corren, que nos vean es cuestión de suerte. Cuando giramos la esquina, de hecho, sentimos que ya hay unos cuantos que nos han visto. Olemos entre los gritos que nos han localizado y por eso aumentamos la marcha. Esquivamos los cuerpos y llegamos a la entrada de la parcela. Seguimos corriendo y entramos en el portal. Pretendemos llamar al ascensor cuando mi mirada se gira un momento para ver el exterior, SÍ, nos seguían... y no pocos.
- ¡¡¡CORRE!!! – Dios... dios mío... han estado corriendo desde la gasolinera... los hijos de puta tienen memoria... Subimos la escalera muy muy rápidamente, pero algo va mal.
- ¡¡¡AAAAAAAAAH!!! – Uno de esos cabrones se ha lazando sobre Spynk y le ha mordido en la pierna. El malnacido ha pegado un salto y está tirando en el suelo con los dientes clavados en su tobillo. Tiro de Spynk y le agarro bien para seguir subiendo, mientras el infectado se revuelca torpemente por los escalones impidiendo el paso al resto de zombies. Llegamos al segundo piso y oigo más gritos... ¿pero qué diablos está ocurriendo? ¡¡¡La puerta de la casa está abierta!!! ¡¡Hay sangre!! No me salen las palabras... estoy llorando en medio de ese infierno, con Spynk gritando de dolor... Voy a morir... voy a morir...
- ¡¡¡CRIS!!! – son Alberto y Xhartas. - ¡¡¡Vámonos!!! ¡¡¡Ya joder, ya!!! – No entiendo nada, nada. ¡Mierda! Spynk ha intentado morderme y casi me arranca la oreja. Le tiro al suelo de un empujon pero el muy cabrón casi me arrastra con él. Spynk se levanta con rapidez, como si estuviera poseído – ahora entiendo lo de “entran en cólera” – y le asesto tal patada en las narices que le rompo el tabique. Una puerta romperse... escucho como sale otro zombie de una casa de los vecinos. Xhartas me agarra de la mano para bajar por las escaleras.
- ¡¡¡Mamá!!! – grita Alberto. Spynk y el otro zombie atrapan a Xhartas justo detrás de mi y empieza a devorarle... No... no puedo... por favor... Mi amigo me pide ayuda... le están...
- ¡¡¡Mamá!!!
- ¡¡¡SALGAMOS DE AQUÍ YA!!! ¡¡¡YA!!!
- ¡¡¡IDOS!!! – Xhartas apoya la moción... nos... nos dice que nos vayamos... por favor esto es... Alberto baja conmigo las escaleras... ¿Cómo hemos llegado a esto...?

martes, 7 de julio de 2009

No tengo lápiz - Disculpen la tardanza ^^

Empiezo a cansarme de huir. No he hecho más que escapar de todo cuanto me rodea desde hace dos meses, pero por fin todo eso se acabará, acabará pronto. Patricia está delante de mi, cogida de mi mano, corriendo como una posesa para llegar al helicóptero. Disparos, estoy harto de disparos, de cañonazos, mis tímpanos no se ha acostumbrado al sonido de la guerra, aunque mi cuerpo si lo ha hecho al miedo... Sé que tenemos centenares de infectados escalando la verja, y que los soldados serán incapaces de contener esa plaga... El cielo... tres helicópteros se alejan hacia el mar. Bajo la mirada, uno está encendiendo los motores... A los lados veo correr a civiles y militares, mala señal.
- ¡Subamos ya! – me grita Patri. Alcanzamos uno de los transportes y conseguimos montarnos. Cuando me siento puedo ver con más detalle el caos que a mi espaldas se extendía. Los infectados habían derribado la verja y las torretas, así como los vehículos con la calibre 33 habían sido asediados. El repliegue era definitivo... éramos demasiados para tan pocos helicópteros...
- ¡¡¡Debemos salir de aquí, ahora!!! – grito uno de los pasajeros. Era también un soldado que auguraba lo peor. Joder... oh dios... están corriendo, se acercan... se acercan... Una mujer con la cara llena de sangre y rugiendo como una bestia... la veo venir... se nos echa encima
- ¡¡¡ASCIENDA YA!!! – el helicóptero empezó a levitar con brusquedad justo antes de que varios infectados se abalanzaron sobre nosotros sin éxito. Patri pegó un grito ante la escena. - ¡¡¡Hay que alejarse, hay que alejarse!! – insiste Jordi.
- ¡¡¡Lo intento!!! – replica el piloto. Se oye la radio, el ataque está a punto de comenzar... Por dios... a mis pies puedo ver a infectados cruzando el bosque... son una estampida, decenas de miles... Giro la cabeza y observo varios helicópteros cruzando el mar. Suena una especie de alarma en el helicóptero...
- ¡¡¡JODER!!! – grita el soldado. Patricia se agarra a mí y yo a ella... cerramos los ojos... puede que sea el fin después de todo...
- Unidades, aquí Mando, dispuestos para el lanzamiento. – se escucha en la radio. De pronto oímos el potente y ensordecedor sonido de un cohete a varios kilómetros... La escena dura menos de un segundo... cae en picado en la lejanía de las montañas portuguesas... No hay sonido... Abro los ojos... un hongo...
- Cristian... – creo que los labios de Patri dicen eso... Una luz blanca. Abrazo a la mujer que está a mi lado.... Vuelvo a cerrar los ojos...



22 de mayo de 2009

Me duele la cabeza una barbaridad. Los gritos de Spynk no son para menos, está histérico. No quiere bajar por nada del mundo. Ayer tuve un encontronazo bastante fuerte con él porque, vamos a ver, yo tampoco quiero bajar, pero alguien tiene que hacerlo. Lo peor fue cuando acusó a Alberto de escaquearse de bajar... y Xhartas apoyó a Spynk, entonces la cosa se puso tensa de cojones. Y con tensa me refiero a peligrosa, ya que en el desayuno la madre de Alberto cogió un cuchillo amenazándonos para que no le hiciéramos nada a su hijo... una situación cada vez más complicada.
Pablo consiguió calmarla y, acto seguido, fuimos a practicar por última vez a la ventana que da a la carretera. Realizamos dos tiros contra un par de infectados, y los dos fallamos... De todas formas se encontraba a más de veinte metros.

Creo que vamos a salir en media hora, son las doce de la mañana... y estoy temblando tanto que mis palabras parecen kanjis japoneses. Nos llama Pablo.

- Repasemos el plan por última vez. Tomaremos las escaleras del bloque y aseguraremos la zona hasta el vehículo, entonces bajaréis acompañado de La Piedra, cogeremos el coche y nos dirigiremos hacia el supermercado conduciendo lo más lentamente posible para responder mejor a las amenazas.
- Llevad el seguro hasta que bajemos del automóvil delante del comercio. – añadió el soldado.
- Entraremos en el comercio y despejaremos el interior en busca de infectados. Quiero que os peguéis a nosotros y estad alerta a cualquier movimiento o sonido. – prosiguió el cabo.
- Sacaremos la bolsas, cogeremos todo lo que haga falta, siempre juntos. Volveremos a montarnos en el coche y nos largamos de allí.
- Si hay demasiados infectados... – comentó Spynk.
- Si es así nos retiraremos inmediatamente, sin excepción. – me aclaró Pablo.

Llegó la hora. Los militares abrieron la puerta y la cerraron ipso facto. Oímos el primer disparo apenas unos segundos, había infectados en las escaleras. Nos asomamos a la parcela para ver si se encontraban a salvo. Otro disparo, otro...

- ¡Despejado! – exclamó La Piedra. Estaba allí abajo frente al montón de cadáveres. Se había colocado un pañuelo en la boca para evitar el mal olor. Poco después llamaron a la puerta, era Ramírez.
- Muy bien, en marcha. – Spynk y yo nos miramos y asentimos. Cogimos las pistolas y bajamos las escaleras con Pablo delante. Joder... vale, calma. Acabo de ver como tres infectados muertos en medio de la escalera, sangre a saco en la pared, en los escalones... Pablo los ha retirado hacia el primer piso. No he tenido tiempo de fijarme mejor, tampoco quería. Conforme descendía, la adrelanina me subía a la cabeza. Era la primera vez que salía a la calle desde que se confirmó el brote en Valladolid. Iba a encontrarme infectados en primera línea... Pensaba en ello hasta que bajé al portal: dos cadáveres más. Uf... bien, cojonudo. Salimos y nos encontramos con La Piedra... entonces Spynk empezó a vomitar la poca comida que había digerido. Me llevé la mano a la boca para evitar las arcadas y aquel hedor asqueroso. Los cuerpos estaban realmente putrefactos.
- Debemos quemar estos cuerpos lo antes posible. – comentó La Piedra.
- Lo primero es lo primero, ya pensaremos en eso. – ordenó Pablo. – Atentos, ahora llega la parte complicada. Vamos todos juntos, si hay infectado rezagados saldrán de inmediato a atacarnos, así que alerta.
- Quité el seguro de mi arma y empecé a caminar pegado al culo de La Piedra. Los soldados se movían como verdaderos profesionales. Uno se quedaba en la retaguardia y otro avanzaba. Conforme llegábamos al coche, Pablo apuntaba con su arma a los flancos, las esquinas, observaba el entorno. Spynk y yo manteníamos nuestras armas preparados, apuntando hacia el suelo... mentiríamos si dijéramos que no tenemos influencia de los shooter para hacer eso, qué cómico.
Lo que más me asusta es que ha sido demasiado fácil. Hemos llegado al coche sin problemas, no nos hemos topado con ningún infectado. La calle está desierta, sucia, hay periódicos desperdigados en medio de la carretera. Llegamos al coche, hay otros tres aparcados en batería, seguramente de algún vecino.
- ¡¿Qué están haciendo!? – hablando de vecinos... ¿cómo no habíamos caído en ese detalle? Hay más gente refugiada en estos pisos. Acaba de gritarnos uno del bloque de enfrente, un señor mayor y calvo asomado a la ventana.
- ¡Cállese! – le ordena Pablo medio susurrando y gritando.
- ¡Esperen, llévenme con ustedes! – grita el sujeto.
- Esto no entra dentro del plan, debemos irnos ya. – comenta La Piedra, y estoy muy de acuerdo. Si este tío baja nos complicará todo.
- ¡Espérenme! – repite el hombre. Spynk me hace un gesto para que abra el coche de una vez. Saco las llaves apresuradamente mientras La Piedra apunta arrodillado a las esquinas de la calle. Abro las puertas, Spynk entra en el asiento de atrás, Pablo se pone de copiloto.
- Si ese cabrón baja a ver cómo le explicamos lo del supermercado. – comenta el cabo. – Arranca. – Meto las llaves, enciendo el motor, quito el freno de mano y meto marcha atrás. Todo va bien, no se oyen infectados... ¿Cómo es posible...? Cojo la glorieta en dirección al super, se ve nada más girar. Voy en segunda a veinte por hora, todos observamos muy atentamente a nuestro alrededor, el panorama es dantesco. Desde la casa no lo podíamos ver, pero en tierra los detalles son escalofriantes. El vehículo que hace unos días fue atacado por infectados se encontraba empotrado contra los árboles del pinar a la izquierda de nosotros. El conductor yace en el suelo totalmente devorado y cubierto de moscas... un río de sangre seca se extiende hasta el alcantarillado. Seguimos sin ver alguna de esas cosas... tanta tranquilidad empieza a ponerme nervioso.
- Los infectados deben haberse ido y los pocos que quedaban los abatimos desde las ventanas. – aseguró Pablo convencido, estaba siendo optimista. – Bien, sigamos. – Llego a la raqueta, hay cuerpos de infectados por toda la carretera que sube hasta el polígono, así como algún que otro cadáver de soldado. Trato de esquivarlos en la medida de lo posible... entonces vemos algo terrible. Una columna de humo enorme asciende desde la ciudad
- Santa madre de... – dice La Piedra.
- Sigamos... – Estamos llegando al parking del super. Conforme llegamos nos fijamos en el escaparate. Está sellado con cartón, qué extraño. Dejamos el coche en medio de la puerta y los soldados bajan primero. Spynk y yo, pistolas en manos, nos unimos a ellos para inspeccionar la zona.
- Aquí no hay nadie. – confirma La Piedra. – Sólo hay muertos. – En efecto, allí también había cadáveres... algunos con un aspecto que daban ganas de vomitar.
- Atentos a cualquier ruido. – Insiste Pablo. Nos acercamos a la puerta de cristal, pero también esta tapada con cartón.
- ¿Crees que habrá gente dentro? – pregunta Spynk de espaldas a la puerta.
- No lo sé... pero nadie tapa el cristal desde fuera, eso está claro.
- ¿Llamamos? – pregunto. – Antes de que el cabo me conteste, éste ya había aporreado la puerta.
- ¿¡Hay alguien?! ¿¡Hola?! – llama más veces. - ¿¡Hay supervivientes hay dentro?! ¡Somos soldados del ejército, abran por favor! – Pasan unos segundos sin obtener respuesta.
- Disparemos a la puerta y asunto arreglado. – dice La Piedra.
- La gasolinera... – dice Spynk. Me vuelvo para ver qué quiere. Miro a la gasolinera, justo en frente de nosotros...... qué cojones... oh... Hay... hay infectados caminando torpemente en nuestra dirección... No sé qué coño pasa, nos han visto pero no han echado a correr.
- ¡A la mierda! – grita Pablo. Él y La Piedra se colocan en posición de combate y apuntan a los infectados.
- ¡¡Abran la puerta!! ¡¡Abran!! – grita Spynk.
- ¡¿Por qué no disparamos?! – pregunto muy nervioso.
- ¡Si disparo a la puerta se hará añicos y podrán entrar, no nos servirá de nada! – me replica Pablo. Me vuelvo a fijar en los zombies. Sigan andando como si nada, pero nos están mirando fijamente. Detrás de la gasolinera aparecen más, son unos veinte, treinta... dios...
- ¡¡Abran la puerta!! – repite Spynk desesperado. Rugidos, han empezado a rugir y a correr. Se han lanzado todos de golpe a por nosotros... a este paso llegaran en menos de un minuto. Los soldados han comenzado a disparar y los primeros han caído abatidos. Apunto con mi arma, estoy temblando como un flan... uf... vale, vale... se acerca uno a unos treinta metros... en línea recta, seguida de otros dos... disparo una vez, he fallado... Hay otros tantos por la izquierda... van a cruzar la verja del aparcamiento.
- ¡¡¡Hay que subir al coche ya!!! – La Piedra se adelanta y rodea el Modus al tiempo que dispara a tres infectados, están a unos diez metros, cinco... Saco las llaves del coche, oigo a Spynk disparar su arma... ¡¡¡La puerta del super!!!
- ¡¡Entrad, deprisa!! – Me giro y cojo a Spynk de la mano, le llevo en dirección contraria. Tenemos a los infectados encima.
- ¡¡¡Entrad!!! – grita Pablo. No veo lo que pasa a mis espaldas, pero sé que tengo a esos cabrones en el coche... He oído un grito humano, creo que es de La Piedra, han cesado los disparos, cruzo la puerta del super, hay tres personas... me vuelvo, Spynk cae al suelo, apunto con el arma... Son Pablo y La Piedra, un infectado a sus espaldas, apunto a la cabeza, disparo... ¡Joder! Le he dado a Pablo en el hombro, pero también al zombie... Hostia puta, joder, joder... me caigo al suelo. Han cerrado la puerta, golpes, golpes, rugidos y golpes... Estamos dentro...

jueves, 2 de julio de 2009

Mil disculpas

Quiero pedir perdón por todos estos días que he estado sin poner historia. Por culpa de los exámenes y el posterior descanso de los mismos apenas he podido escribir, he estado vago y pido disculpas.

Este domingo pondré nada más y nada menos que 5 páginas de Word de la historia, espero no decepcionaros.

Atentamente.
Cristian Olalla - Superviviente de la plaga zombie.

sábado, 20 de junio de 2009

Escena inspiradora para la historia.



Bueno, ya va siendo hora de explicaros de dónde me vino la idea para escribir esta historia. Me gusta el género zombie, pero creo que ha sido tratado casi como un sub género del cine cómico negro, nunca se ha tomado en serio.
El cine de Romero siempre ha estado sobrecargado de parodias sobre los zombies: seres lentos, estúpidos y que en absoluto dan miedo, a no ser que te acorralen.

La gente suele burlarse de ellos y hasta en "Amanecer de los muertos (1978-2004)" los supervivientes juegan con los zombies como si fuera monigotes andantes.

Todo esto CAMBIÓ con la llegada de películas como "28 días después" o la española "REC". Por fin los zombies acojonaban, por fin una infección de ese calibre se trataba desde un punto de vista realista, con verdadero terror, con angustia.

Angustia... quería escribir una historia angustiosa. Mis dos referencias fueron "Apocalipsis Z" y la escena que os acabo de poner, sobretodo ésta última. Es la introducción de "28 semanas después" (secuela de "28 días después") y describe A LA PERFECCIÓN mi idea del terror zombie. Tal es así, que hay una escena casi idéntica en mi historia, concretamente los acontecimientos del día 22 de mayo, que ya leeréis con más calma muy pronto.

Recomiendo encarecidamente ver el vídeo y la película, así como su precuela.

POST DATA IMPORTANTE

Hay cierta polémica entre los términos zombie/infectado. Dicha disyuntiva para mi es irrelevante, ya que el estado en el que se encuentran los infectados por el virus es similar al de un zombie, "un no muerto que se alimenta de carne humana".
Las únicas diferencias que ha habido en el cine zombie son la notable destreza de los verdugos para cazar a sus víctimas, para mí imprescindible en cualquier historia de terror.

jueves, 18 de junio de 2009

20 de mayo

20 de mayo

Ya no se oyen disparos, sólo los gemidos de los infectados. Los soldados interpretan esa señal como una retirada temporal para contener la infección, pero todos en casa sabemos que no es así, sobretodo por el rostro del cabo.

Estar encerrados aquí empieza a resultar desquiciante. Creo que el primer día no nos dimos cuenta lo que supone convivir con tantísimas personas en condiciones extremas. Las discusiones por la comida se han incrementado, ya que la luz se ha ido definidamente y no podemos cocinar los alimentos. A la hora de comer, la madre de Alberto sirvió a su familia un trozo de jamón extra y todos nos quedamos mirando con cara de pocos amigos. Auguro que los problemas van a acabar estallando de un momento a otro.
Hemos pensando que para cocinar podríamos preparar un fuego bajo una placa de metal, de modo que ahora están buscando los materiales. Por la mañana envasamos los alimentos en bolsas aislantes llenas de cubitos de hielo, pero no sé cuánto tiempo podrá conservarse eso.
Ahora que no hay electricidad, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que estamos aislados. La carga de los móviles se ha agotado (aunque daba igual porque las líneas no funcionaban), no tenemos Internet ni televisión... hemos vuelto a la edad de piedra.

Otro asunto es el cielo. Anteriormente, oíamos de vez en cuando algún helicóptero o avión, ahora nada, ni un aparato humano. ¿Cómo estará el mundo...? Quizás sólo estemos aislados y Estados Unidos esté celebrando el fin de la pandemia... a lo mejor hay miles de personas en una cueva custodiada por el ejército sobreviviendo a la catástrofe, y nosotros aquí, solos, sin apenas comida para alimentarnos. Empiezo a pensar que deberíamos haber cogido los transportes del ejército...

Después de comer tuve una charla con mis amigos sobre las perspectivas de futuro:

- Si esa gente está muerta, poco a poco irán descomponiéndose. Llegará un momento en que no puedan caminar y su tejido sea frágil. – dijo Diego.
- Hasta que pase eso pueden pasar meses... o años... – repliqué. – Hay que tener en cuenta los infectados recientes...
- Creo que hay que empezar a comer menos, abstenernos de cenar y desayunar. – propuso Spynk.
- Sí, estoy de acuerdo. Debemos racionar la comida y hacer cálculos para largos meses... – añadió Xhartas. Entonces se hizo el silencio. La comida no iba a durar tanto, éramos demasiados. Por mucho que comiéramos lo mínimo, ¿qué pasaba con el agua? Sólo quedaban tres garrafas... a simple vista parecía mucho, pero el cuerpo humano sobrevive mayoritariamente de H2O.
- Quizás ni siquiera debamos comer algún día. Comer cada dos días o así...
- Yo creo que tenemos que echar a los soldados. – pensó Alberto en voz alta.
- Ellos saben combatir, nos protegerán en caso de que surjan problemas. – repliqué.
- Dijeron que iban a irse al polígono. Han pasado dos días y aquí siguen, se han acoplado porque están asustados, no van a salir nunca.
- ¿¡Acaso tú no tienes miedo, Albertito?! – le preguntó Diego enfadado.
- ¡Vete a la mierda! ¡Claro que tengo miedo, pero ellos eligieron ser soldados! ¡Que cumplan! – me levanté histérico y agarré a Alberto.
- Escúchame... No hay ejército, no hay gobierno, no hay guerra... ¡¿entiendes?! No hay frente en el que combatir, ¡no hay nada! Sólo nos queda una cosa... la humanidad, ¿acaso no eras humano?
- Cristian, cálmate... – me pidió Spynk. Alberto no me respondió, se limitó a apartar la mirada e ignorarme. Pasaron unos segundos sin que nadie dijera nada, entonces Diego tuvo una idea.
- Tenemos un supermercado aquí al lado... – nadie habló. – Y ellos son soldados, hay pocos infectados abajo... ¿y si les pedimos que vayan, cojan agua y comida, y regresen?
- Es muy arriesgado. – contestó Xhartas. – No sabemos si hay infectados en el super o si hay gente encerrada.
- A mi me parece buena idea. – comentó Alberto.
- ¡Joder, pensad un momento! Tienen que enfrentarse a cien o doscientos infectados, caminar trescientos metros hasta el super, cargar la comida y volver con ella... suponiendo que no vengas más de esas cosas... ¿os hacéis una idea de lo difícil que es? – volvió a replicar Xhartas. El problema era que todos sabíamos que no aguantaríamos ni dos semanas con la comida que teníamos, no nos podíamos engañar.
- Sólo se me ocurre una opción... – dije. – Ayudarlos...
- ¿Qué? – preguntó Alberto sorprendido.
- Tienen pistolas. Ellos con las automáticas y nosotros con ellas. Cuatro es mejor que dos, una pistola no es tan complicada de usar... – lo que estaba diciendo sonaba a locura, pero dadas las circunstancias había que ser valiente y olvidarse de cualquier cosa. Todo fuera por sobrevivir.
- ¿Estás diciendo que peguemos tiros a esas cosas? ¿¡Te crees que estás en el Left 4 Dead o en una película?
- ¡No estoy diciendo eso! ¡Estoy diciendo que ha llegado la hora de afrontar la crisis, joder! ¡¿Te parece que esto sea un sueño!? ¡Sabíamos que este momento llegaría! ¡No sobreviviremos con la comida que tenemos! ¡Todos lo sabemos! – De nuevo, nadie dijo nada. Mis palabras resonaron entre convincentes y complicadas. Había que hacerlo, pero nadie se atrevía, y yo tampoco, para qué negarlo.
- ¿Lo echamos a suertes...? – preguntó Spynk.
- Esperad, antes lo consultamos con los soldados, ¿no os parece? – dijo Diego.
- Sí, tienes razón.

Los militares estaban de acuerdo con salir a coger comida, pero en absoluto de que fuéramos con ellos. La madre de Alberto se negó en rotundo a las dos opciones, pero la calmamos diciendo que Alberto no iría. Eso provocó aún más malestar, ¿acaso Alberto tiene una postura privilegiada o cómo va esto? En fin...
Mientras ideábamos un plan, tocamos las bolsas de comida con hielo, nos percatamos de que el hielo no se mantendría indefinidamente así, de modo que decidimos que cogeríamos latas de conserva en cuanto llegáramos al supermercado, era lo más seguro.

Durante todo el día discutimos la ruta más corta y sencilla para llegar al centro comercial. Concluimos que lo mejor era bajar y coger el coche de Alberto, mientras los militares abatían a los infectados que se acercasen. Éstos hicieron recuento de munición: cuatro cargadores G36, tres granadas y diez cargadores de pistola. Finalmente, se llegó al asunto de los dos que irían con los soldados.

- Sigo diciendo que no me parece buena idea que dos civiles nos acompañen, pero tenéis razón en lo que no podremos cargar con la comida nosotros solos... – reconoció Pablo. Él y el soldado dejaron sus pistolas encima de la mesa del salón.
- ¿Quién vendrá? – silencio. Alberto se apartó disimuladamente y se dirigió a su madre. Éramos Spynk, Xhartas, Diego y yo.
- Tú eres alto, pareces más fuerte. – propuso La Piedra mirándome.
- En absoluto soy fuerte...
- Pero eres alto, ¿corres mucho? – preguntó Pablo.
- Fumo, señor...
- ¿Nadie quiere venir? – ninguno de nosotros respondió.
- Entonces a suertes... – era lo más obvio. No teníamos cables para coger el más corto, de modo que usamos un dado y el que sacara el número más alto en dos rondas iba. Spynk cayó el primero, cuando le tocó se lamentó con toda su rabia y empezó a murmurar que siempre le puteaban a él, que era el menos indicado, etc, etc. Se molestó bastante. A la segunda ronda, tuve un empate con Diego, finalmente me tocó a mí. Me tocó a mí...

Sí, ahora entiendo lo que siente Spynk. Puta, reputa mala suerte. Asi que me toca jugarme el cuello.... Bueno, tranquilidad. Los soldados irán delante de nosotros y no parece haber muchos infectados por los alrededores. Si hacemos exactamente lo que ellos dicen, podemos salir de esta. No vale la pena lamentarse por la mala suerte, es irrelevante...

Cuando todo estuvo aclarado, los soldados propusieron aventurarse al supermercado pasado mañana, teníamos que concienciarnos y estudiar el plan con calma para que todo saliera bien, pero sobretodo, coger el arma. No disparamos con ella, simplemente la sostenemos en diferentes posturas y apuntamos con ella con el seguro puesto.

- El retroceso es potente si nunca has disparado con un arma. Tienes que sostenerla con firmeza, con las dos manos, sin pestañear y decidido. – me indicaba el cabo. – Cuando veas a uno no pienses, no te fijes en quien es, no es una persona, ¿entendido? No creo que llegue el momento de disparar, estaremos cerca, pero si llega... hazlo.

Otro de los motivos para esperar dos días era que los soldados se dedicarían a disparar zombies desde las ventanas, un decisión muy buena. Acaban de empezar hace un rato más o menos, los disparos suenan que te cagas. Han matado a todos los que estaban en la parcela y, debido al ruido, muchos infectados se acercado a ver que pasaba, lo cual ha venido de perlas para matarlos.
Los soldados hacen disparos precisos y directos a la cabeza para no gastar munición. Al cabo de dos horas, había como un centenar de cadáveres en la parcela y ningún infectado.

Está anocheciendo. Estoy aquí con mis amigos hablando sobre el plan del supermercado. Ahora están diciendo que deberíamos intentar coger algún arma que los militares dejaron por el suelo, lo cual tampoco es mala idea. El único problema es que no creo que me acuerde de todo eso una vez esté ahí abajo, el nivel de adrelanina debe dispararse por las nubes y no te deja pensar. Todos son optimistas, piensan que con armas de fuego podemos atravesar perfectamente la carretera y llegar allí, pero Spynk no lo tiene tan claro (no ha hecho más que lamentarse durante todo el día). No es para menos, mis amigos se piensan que esto es una película del oeste... jamás he disparado a nadie en mi vida, matar a una persona... No alcanzo a imaginar lo terrible que debe ser, no quiero ni pensarlo... y la putada es que me tocará afrontar esa situación.

Mañana practicaremos con zombies desde la otra ventana y dispararemos nosotros con las pistolas para practicar, ha llegado el momento de comprobar cuanto valor corre por mis venas. Puede sonar caballeresco y estúpido, pero la única palabra que describe el bajar ahí abajo, al inframundo... a la puta jungla... es valor. Necesito valor... algo que no enseñan en la escuela ni en la universidad...

Jaja... Borja, si pudieras verme... con una pistola a punto de matar zombies, ¿de película eh? Espero que estés bien... con tus abuelos en Zamora...

Cristina... quizás cogiste un transporte junto con tus padres, ¿verdad? Estarás en algún refugio con una manta y comida caliente, anclada en tus recuerdos para evadir el infierno en el que nos sumimos...

Taurus, los de japonés, mis tíos, mi primo... ¿Dónde estaréis todos...? Papá, mamá... vuestro hijo está resistiendo... va a sobrevivir cueste lo que cueste...

martes, 16 de junio de 2009

18-19 de mayo

18 de mayo – tarde

No puedo seguir hablándoos de ayer, me es completamente imposible pasar por alto lo que está sucediendo... ¡joder! Oh dios... joder, joder!!! ¡El sonido de los disparos es tan ensordecedor que me van a estallar los tímpanos! ¡Toda la casa está patas arriba y temblando! ¡Hay... joder, hay como una compañía entera de soldados ahí fuera con un blindado disparando justo en frente de nuestro bloque, por toda la carretera llegan miles de infectados, zombies que vienen de la ciudad en oleadas!
Ocurrió hace un momento, el proyectil de un Leopard español impactó en una de las casas en frente de nosotros... ¡¡Esto es una completa pesadilla!! ¡Las ventanas están rotas, todos estamos tirados en el suelo! ¡Oigo rugidos por todas partes y los militares siguen disparando! ¡Dios! ¡Debe haber muchísima gente infectada ahí fuera! ¡Un momento, un momento! ¡Creo que los soldados han entrado en la parcela! Me incorporo con Diego para acercarme a la ventana de la habitación de Alber... ¡está hecha añicos! ¡Sí! ¡Joder, sí! ¡Están entrando, están entrando militares que disparan reculando, abren fuego contra decenas de infectados que saltan y corren hacia ellos! ¡Se están acumulando un montón de cadáveres! ¡Dios, dios, dios! ¡Pero cuánta sangre, me cago en la puta! ¡Esto es demasiado! ¡No puede estar... oh joder joder...! ¡Acabo de ver un niño infectado al que le han reventando los sesos...! ¡Hay muchísimos más! Un militar ha agotado la munición y...! ¡está llamando a los portales! ¡Dios mío, se están replegando! ¡Oigo como piden ayuda! ¡Están viniendo más infectados! ¡Debe haber más de cien cuerpos en el suelo...! ¿¡Qué barbarie es esta?! ¡Esperad...! Veo algo más... al otro lado llegan refuerzos... ¡Oh mierda! ¡Han atrapado a un soldado! ¡No, a dos! ¡Los están devorando, joder! ¡Los están...! Un momento, acaba de llegar Alber. Dice que han llamado al portal los soldados y que les ha abierto.
¡¡¡MIERDA!!! ¡¡¡MIERDA!!! Han tirado una granada cerca de la pista de padel!! ¡Joder...! Tengo un pitido en los oídos... Hemos caído todos al suelo y ha entrado mucho polvo por la ventana... Intento incorporarme, todo me da vueltas... el sonido se incrementa... A duras penas consigo levantarme y avanzo por el pasillo que da a la puerta de casa.
- ¡Abran! ¡Abran! – se escucha al otro lado. Están aporreando la puerta. Siento que los infectados están en el edificio. Los disparos se han detenido... esperad, tengo... tengo sangre, un hilillo de sangre me baja desde la frente...


Son las seis y... veintitrés de la tarde del 18 de mayo. La madre de Alberto me ha puesto una venda en la cabeza, por lo visto me hice un corte cuando explotó la granada. Han pasado más o menos veinte minutos desde que llegó el ejército pegando tiros a esas cosas, ahora todo está más o menos en calma y los disparos vuelve a estar en la lejanía, sólo que ahora son considerablemente menos, mal presagio. De todas formas, ojalá fuera ese el único sonido... Había otro mucho más aterrador y espeluznante. En la parcela, en la calle, por las escaleras del bloque, oímos los gemidos y rugidos de los infectados. Oficialmente estamos rodeados por el virus, mano a mano... cara a cara. La situación que tantas veces temí, que tantas veces imaginé, por fin ha llegado. Si salía por esa puerta me toparía con unos zombies hambrientos, rápidos y feroces, que me asesinarían al instante. No sabría decir con exactitud cuántos hay ahí fuera, pero calculo que no más de cien. Sólo con echar un vistazo la cantidad de cuerpos en la parcela te haces una idea. Buf... pero qué dantesco, parece una foto del holocausto nazi: decenas de cadáveres bañados en sangre desde la entrada hasta nuestro portal y el de enfrente. Hay algunas cosas que no puedo describir, pero bastará con insinuar los efectos que provocan en un cuerpo humano una granada de fragmentación... ¿verdad? También hay cuerpos de militares muertos, pero lo más acojonante... algunos son infectados... ¡Se han transformado! Las cosas que están sucediendo son tan horripilantes que me están pasando factura. No soy capaz de lamentarme ni de llorar más... agoté todas mis lágrimas anoche. El tanque se ha pirado y no hay más soldados en la calle, sólo veo zombies, aunque son pocos. Caminan entre los cuerpos medio agilipollados. Vistos de lejos parecen inofensivos. Detengo mi mirada en algunas de las armas que los soldados han dejado en el suelo. No estaría mal pillar alguna...

Hablando del rey de Roma, tenemos nuevos inquilinos en casa: el cabo Ramírez y el soldado La Piedra. Sabemos que sus compañeros se han refugiado en varios pisos, incapaces de contener la horda que venía de la ciudad hasta aquí.
Hemos hablado con ellos. Les hemos pedido información y el cabo nos la ha dado encantado en agradecimiento a nuestra hospitalidad:

- Muy mal, la cosa está muy mal... – decía Pablo, Pablo Ramírez.
- ¿Cómo de mal...? – le preguntó Diego.
- Nos desplegaron ayer en Plaza Madrid, tres compañías. Hemos estado retrocediendo calle por calle con muchísimas bajas. El punto de encuentro de la acorazada era el polígono...
- ¿Se estaban retirando? – preguntó la madre de Alberto.
- Así es. Se supone que el Capitán Roque nos está esperando allí con la octava, pero...
- Señor, no deberíamos... – interrumpió el soldado. Entendí sus palabras, un militar no puede desvelar información de ese tipo a un civil.
- ¡Al carajo, La Piedra! ¡Estas personas nos han acogido, que le den por culo a la cadena de mando! ¡¿me oyes?! – replicó el cabo. Éste un hombre de unos treinta y tantos años, con barba y cejas pobladas. Parece el típico soldado bonachón del ejército, se nota que es buena gente. Su equipo es impresionante: nunca había visto a un soldado armado y preparado en combate real. Su arma impone respeto. – Supongo que intuís que esto es información clasificada. Por desgracia, nuestro teniente ha muerto y esos hijos de puta han cortado nuestras líneas.... – el cabo bajó la mirada. – Estamos solos...
- ¿Qué sabe de la infección? – pregunté tajante. Mi espíritu periodístico salió a relucir con exigencia notable. No me apetecía escuchar los lamentos de un pavo con automática. Sabía que el ejército tenía mucha más información que el poder civil, y la quería saber.
- ¿Pueden darme un vaso de agua, antes? Por favor... – la abuela se levantó de golpe. Es una anciana muy hospitalaria. Cuando el cabo terminó de beber, apoyó su arma contra el mueble de fregadero y se acomodó en la silla. Se quitó el casco y desabrochó su chaleco (supongo que ahí lleva la munición). Aquellos segundos de silencio parecían los del inicio de una larga historia, y estaban acompañados por los disparos de la ciudad.
- Sólo soy un simple cabo, no lo sé todo, ¿vale? Pero...
- Por favor, al grano. – corté. Spynk me observó. Todos intuyeron que estaba hasta las narices de cualquiera rodeo, bastante había tenido que soportar en la tele.
- Vale, chico, vale... – el cabo no se enfadó, para mi sorpresa. Conocía de sobra el genio del ejército, pero su respuesta me gratificó. – Se confirmaron casos de gente infectada en España hace bastantes días. – la cara de todos fue un cuadro. – Lo que hayáis podido oír por televisión es falso. El gobierno untó a los medios para no provocar el caos general. – se oyó una explosión lejana. – A lo mejor ya sabéis que China ya tenía el virus mucho antes de lo de Houston, ¿verdad?
- Sí. – respondí con impaciencia.
- Pues bien... llegados a estas alturas es absurdo ocultarlo... – se dijo. El cabo se tocó la frente y suspiró. – En realidad, el virus ha estado por todo el mundo desde el principio. Lo que pasa es que Houston fue la primera en caer en lo que llamamos “PB”. Significa “Plan de exterminio masivo ante una catástrofe biológica”. El protocolo es sencillo: primero se trata de evacuar a los civiles a zonas seguras. – Ramírez levantó un dedo. – Si eso no resulta, dada la rapidez del contagio, se pasa a la contención del virus. – levantó un segundo dedo. - Esto es aislar y exterminar a los sujetos infectados, ya sean animales o personas. En este caso, resulta más que obvio que los infectados deben ser eliminados...
- Y el tercero es el exterminio total... – concluí.
- Algo así, chico. Pero no hablamos de destrucción indiscriminada, las leyes internacionales lo prohíben tajantemente. Si la contención no funciona, el ejército tiene luz verde para “fumigar” las zonas negras. A Grosso modo, misiles tácticos de enorme potencia, pero precisos, destinados a barrer áreas concretas. Estados Unidos fue el primero en utilizar esta táctica en pleno centro de Houston. Ya los usó en Irak y Afganistán. La noticia saltó como un “ataque terrorista”, “escape de gas”, ya lo sabréis.
- Pero entonces, ¿cuándo apareció el virus? ¿cómo?
- Hay rumores que circulan entre la tropa y los oficiales, tampoco nos han dicho mucho. Se cree que la infección pudo venir de África hacia México y, poco después, afectó a Oriente Próximo y China. México fue sin duda el primer país en caer.
- ¿¡Cuándo llegó a España?! – Pregunté. De nuevo se hizo el silencio, sólo roto por los gemidos de los infectados.
- El mando nos alertó de brotes en Valladolid hace cuatro días, más o menos...
- ¿Cuatro días...? – preguntó Spynk. - ¡Eso fue el día catorce! - Aquella era la noticia más flipante que había oído en toda mi vida. Nosotros paseando por el centro de Valladolid hace dos días y la infección ya había llegado. El odio, la rabia sobre mi gobierno y toda la puta esfera social de la alta clase empezó a enervar mi corazón. Coño, jamás me había sentido tan comunista como en esos momentos.
- ¡¿¡Y qué cojones somos los civiles?!? ¡Los trabajadores! ¡¿Puto ganado?! ¡¿Por qué no se dijo nada?! ¡Había gente paseando con su familia en pleno centro de la ciudad! ¡¡Confiaba en su ejército, en su gobierno...!!
- Mira, chaval, ¿querías información no? ¡Pues ya la tienes! ¡Además, se decretó el toque de queda y ordenó que nadie saliera de sus casas!
- ¡¿Por qué no empezasteis a evacuar las ciudades?! ¿¡A qué esperabais?!
- ¡Los brotes eran reducidos! ¡Se pensaba que se podrían contener!
- ¡¡Y UNA MIERDA!! ¿¡Contener a decenas de miles de monstruos?! ¿¡En qué cabeza cabe que no alerte a la población?!
- ¡¡YO SÓLO SOY UN CABO, NIÑO!! – típica respuesta de un militar. Lavándose las manos. Diego me hizo un gesto con la mano para que me calmara, no había que olvidar que ellos estaban armados y nosotros sólo éramos ratones escondidos en la madriguera. Nos ocultábamos de los zombies, mientras que ellos los combatían desde hace días. Me senté a pensar.
- El capitán Roque vendrá con refuerzos desde Palencia. – añadió el soldado que estaba a su lado. – Dicen que han conseguido frenarlos hasta ahora...
- ¿Cómo se mata a un infectado...? – preguntó Xhartas para calmar el ambiente.
- Por lo que sabemos, un sujeto con el virus carece de riego sanguíneo. A efectos médicos, su cuerpo está muerto, pero su mente sigue funcionando a ritmos anormales. Con un disparo en la cabeza es suficiente, pero hay algunos que siguen moviéndose si no se les revienta el cerebro. – explicó La Piedra. La madre de Alberto arrugó la frente asqueada.
- ¿Conocéis la teoría que dice que una madre podría levantar un camión con sus propias manos si viera a su hijo bajo él? – preguntó Ramírez, todos asentimos. – La mente de estos cabrones funciona igual, su cuerpo se mueve a través de impulsos eléctricos de gran potencia procedentes de su cerebro. Aunque no les llegue sangre a la cabeza, éstos continúan moviéndose por una actividad sobre medida del cerebro, movida sólo por el impulso básico de alimentarse.
- ¿Y no se atacan entre ellos? – pregunté.
- Sólo comen carne fresca y sana, al menos hasta ahora.
- ¿Son inteligentes? – preguntó esta vez Diego.
- En absoluto. Atacan todo lo que se mueve sin pensar. No actúan en grupo, no se comunican y carecen de miedo. Son bestias, sin más, no hay otra palabra que lo describa.

Estuvimos como otro cuarto de hora más hablando con los soldados. Otro dato interesante fue que los infectados tienen especial predilección por la carne humana, aunque no dudan en atacar un animal si lo ven. La infección no afecta a éstos últimos, o al menos no se han comprobado casos que así lo confirmen. Después de la charla, los militares se tomaron un pequeño descanso e intentaron dormir. Parece que pretenden sumarse a un batallón en el polígono, por lo que quizás se vayan pronto, pero, ¿cómo se iban a marchar? Los infectados de fuera no parecen tener intenciones de irse, más bien parece que saben que estamos aquí y se mantienen a la espera, quizás no sean tan tontos después de todo.

Pasamos el resto del día recogiendo los cristales rotos y limpiando el polvo de la habitación. En los ratos libres me dediqué a escribir e intentar ver la tele, pero ya ni los canales privados funcionan. Internet aún sigue resistiendo, aunque cada vez nos cuesta más conectarnos. Estuvimos media hora para cargar un vídeo de dos minutos de una cámara casera en Berlín. Muestra a un grupo de supervivientes grabando desde la ventana una plaza infestada de infectados, joder... Mi esperanza poco a poco se va haciendo añicos, es muy probable que no vuelva a ver a mis padres, y más aún tras comprobar que el ejército las está pasando putas para erradicar este problema. ¿Quién nos matará antes? ¿Los infectados o un misil táctico? Ahora en mi cabeza resuena una única palabra: resistir. Otra cosa, no hay noticias de Estados Unidos ni de México ni de ningún país americano. El continente para haber desaparecido de la faz de la Tierra.

El sol empieza a ocultarse, vamos a cenar. El menú está compuesto por un rico sándwich de queso y vasito de agua mineral, ñam ñam. Mi estomago está hambriento, joder...




19 de mayo de 2009.

Son las siete de la tarde y los zombies siguen pululando por aquí abajo y el edificio. He pasado una noche malísima. Es literalmente imposible lograr conciliar el sueño con los gemidos de los infectados. Son tan espeluznantes que le dejan a uno los huevos de corbata. Por cierto, la luz eléctrica empieza a fallar cada vez con más frecuencia. Hemos decidido no encender más el ordenador y utilizar la electricidad para el frigorífico, que hará mucha falta. También hemos preparado cubitos de hielo, muchísimos cubitos de hielo de agua embotellada, para cuando la corriente se vaya por completo: el alimento es lo primero. Ah, y usamos agua en botella porque no nos fiamos ni un pelo de la del grifo. Cualquier cosa que venga del exterior corre peligro de estar infectado, además que tampoco sabemos el estado de las centrales que suministran agua potable, a saber como está eso.
Desayunamos un vaso de leche, aún más pequeño si cabe que el de siempre (debido a que ahora somos más). Hablando de los soldados, he estado con el soldado La Piedra, aunque prefiere que le llame Pepe, y me ha enseñado todo su equipamiento, sobretodo su arma. Es un fusil de asalto G36, de manufacturación alemana para el ejército español (tengo la impresión se haber usado esa arma en el Battlefield Bad Company y Spynk también lo ha reconocido). El soldado nos estuvo explicando un buen rato su funcionamiento, incluso nos dejó cogerla (sorprendentemente no pesa mucho).

- El G36 lleva un sistema óptico de puntería de 1,5 aumentos, muy cómodo, integrado en el asa, una característica que ha "aprendido" del FAMAS y del AUG y que ahora casi todo fusil posee, debido a su practicidad. – el tío nos hablaba como un verdadero fan de las armas y al ver que le prestábamos atención él seguía y seguía. Lo cierto es que me interesaba mucho por varias razones, una de ellas ya os la imaginaréis, aunque suene a fantasmada. - Este vendría siendo el G36E, es el modelo básico.

Por desgracia, la charla fue interrumpida por el cabo. Por lo visto estaba hablando por radio. ¿Habían contactado con sus compañeros? No lo sabemos.

A eso de las dos de la tarde, decidimos echar una ojeada rápida a Internet, más por costumbre que otra cosa. Nos llevó mucho tiempo abrir el buscador de Google, muchísimo. Lo único de lo que nos pudimos enterar, fue del lanzamiento de varios misiles nucleares rusos y chinos... la cosa empezaba a pintar fea por otro frente.

- Ellos nunca lanzarían un ataque nuclear sobre suelo europeo. – nos calmó Ramírez. – En su propia casa, dadas las circunstancias, pueden hacer lo que quieran, pero tranquilos, aquí jamás ocurrirá tal cosa.

Pasó el tiempo. Yo encontré un hobbie de estudio que considero crucial para mi situación. Decidí acercarme a una de las ventanas para observar a los infectados con más detenimiento, y este es mi veredicto:

La persona infectada se mueve como con convulsiones. Sufre de lo que, parece, un problema de coordinación cuando se encuentra en calma. De vez en cuando le dan tics nerviosos en la cabeza y se gira de golpe, mira a los lados, y vuelve a la normalidad. Lo más importante es que reaccionan extraordinariamente a cualquier indicio de movimiento o sonido. Por ejemplo, hace un momento presencié como un trozo de piedra se desprendía del muro de la pistal de padel (debido al impacto de la granada) y los infectados se acercaron rápidamente a ver qué era. Por cierto, creo que me estoy acostumbrando al gore realista, porque las cosas que estoy viendo asomado a la ventana revuelven a cualquier el estómago.
Hay un infectado con medio brazo y parte del pecho devorado (dantesco). Otro tiene la mandíbula desencajada y causa bastante pavor. Por otro lado, hay algunos que no presentan signos de haber sido atacados, pero si te fijas bien tienen un brazo o una pierna lastimados por alguna mordedura.
Por último, tenemos un fenómeno propio de la naturaleza: empieza a oler realmente mal en la parcela por culpa de los cuerpos. Para más INRI, estamos casi primavera y el sol da de lleno a los fallecidos... ya os imaginaréis la cantidad de moscas que hay por aquí. Y eso me ha preocupado mucho, bastante. Si alguna mosca que se cuela en casa y, por alguna razón, ¿nos contagia? Puede sonar hipocondríaco, pero desde que vi “28 días después” (cuando el padre se infecta porque el cuervo deja caer una gota de sangre en su ojo) siempre he pensado que un virus de ese calibre no sólo se propaga por culpa de los infectados.
La madre de Alberto ha comprendido la situación, y hemos decidido bajar las piernas y taparlas con las cortinas, dejando únicamente las rejillas para que pase luz. No sé yo si eso será suficiente. El problema es que me quedo sin vez zombies...

Os habréis dado cuenta de que trato de no pensar en mis padres, en mi familia o amigos (Jacobo, Borja, Cristina, Miguel...) Bueno, prefiero no pensar, ¿sabéis? Pensar es malo. No voy a darle más vueltas, no debo... porque si lo hago... Vale, olvidémoslo.

¿Cosas que se salgan de lo común o que nos hayan asustado? Bueno, hay varias. La primera ocurrió justo antes de comer, una explosión (de otras tantas que ya habré escuchado) lejana, supongo que en la ciudad. Aquello dio pie a una conversación: si no había bomberos, ¿cómo apagarían los incendios? La respuesta fue evidente para todos, no se apagaría... Tras eso, silencio. Creo que todos seguimos pensando en nuestros seres queridos, y el día en que eso no ocurra (y que trato de que así sea) quizás podamos sonreír en medio del fin del mundo por lo afortunados que somos de poder seguir bajo un techo y comiendo pan con lechuga y un trozo de fruta (más bien, trozo de media fruta compartida).
La segunda fue una hora después de comer, mientras bajábamos las cortinas y poníamos grapas para “tapar” completamente las ventanas. Escuchamos golpes en nuestro edificio, probablemente de algún vecino. Todos corrimos a ver lo que pasaba por la mirilla de la puerta, pero los soldados se interpusieron raudos para “protegernos” (se las dieron un poco de chulitos). En nuestro piso no era, debía ser el de abajo porque el sonido provenía de allí. Oíamos claramente los gritos de una mujer que parecía estar huyendo, diablos... ¿había abierto la puerta o qué? Pero entonces nos dimos cuenta. La mujer seguía en la casa y estaba huyendo de algo en su interior, por ese motivo salió de su hogar y acto seguido la atacaron los infectados del edificio.
Los gritos de agonía eran totalmente agonizantes... Escuchar a una mujer, que parecía joven, gritar desesperada mientras unos monstruos la mordían... pidiendo ayuda... pidiendo ayuda... Fue tan fuerte que la madre de Alberto se desmayó y tuvimos que asistirla (y eso que nosotros estábamos en shock). Los soldados nos ayudaron, parece que a ellos ni les afectó, y la tumbamos en el sofá hasta que por fin despertó. Minutos después, Diego de acercó a mí y me pidió hablar a solas, parecía algo serio. Entramos en la habitación y Diego rompió a llorar delante de mí. Yo no hice nada, sólo me quedé allí mirándolo... lloraba y lloraba. Lo que acaba de ocurrir, los gritos de aquella pobre mujer... Habían pasado muchas cosas, pero creedme, escuchar como alguien muere rogando ayuda y sin que nadie la haga caso... ¿os hacéis una idea de lo que se debe sentir cuando escuchas un brutal asesinato y tu te quedas inmóvil por miedo a tu vida? La culpabilidad te desborda, te consume y, en ese momento, piensas... ¿y si fuera yo...?

- ¿Qué vamos a hacer, Cris...? – me preguntó entre sollozos. No contesté, no podía...Sólo era una persona más encerrado en el infierno...

Lo tercero que pasó tiene como protagonista a un coche, mejor dicho, varios coches. Un convoy de vehículos turismo recorriendo a gran velocidad la carretera. Claramente, eran personas lo suficientemente valientes para fugarse, pero no les salió muy bien. Se toparon con un varios infectados que se lanzaron sobre el capó y la luna como kamikazes. En las películas las personas salen volando y el coche sigue intacto, pero el impacto de un cuerpo de 60 a 90 kilos sobre un automóvil a gran velocidad no es algo que un volante pase por algo. Habría que tener los brazos de acero y un vehículo muy resistente para pasar por alto tal acometida, y no era el caso. Dos de los coches atacados perdieron el control y derraparon hasta dar una vuelta de campana. El primero dio incluso varias vueltas (normal, iban a 120 por lo menos) y acabó en el pinar de enfrente, poco visible desde aquí. El tercer y último coche siguió su rumbo y se alejó. En cuanto a los accidentados, en fin... tuve que dejar de mirar en el momento que vi a unos veinte o treinta infectados abalanzarse sobre los conductores (que seguramente se encontraban atrapados ahí.........) Joder......

Bajamos la persiana de nuevo y nos sentamos. Voy a contaros una cosa al respecto de los habitantes de esta casa. Los acontecimientos tan terribles, así como la situación tan desesperada y agobiante, nos está “cambiando”. Alberto, por ejemplo, ya no es tan vivo e infantil... está todo el día serio, callado, y salta borde con casi cualquier cosa. Spynk parece uno de estos niños autistas que de vez en cuando le da por columpiarse sobre sí mismo. Creedme que da mucho miedo y alguna que otra vez le hemos llamado la atención, a lo que responde con un “¿qué...qué?”. Xhartas suele inclinar la cabeza y taparse la cara. Creo que es el más llora de todos nosotros, porque constantemente le vemos limpiarse los ojos. Diego se hace el duro. Intuyo que hoy rompió a llorar conmigo porque no aguantaba más (fue un detalle que lo hiciera conmigo delante, siento que necesitaba a alguien para hacerlo).
Y yo... bueno... me entran ataques de ansiedad y mis uñas están destrozadas de tanto mordérmelas. Me siento cansado, me duele la espalda. Más bien me duele todo, como si estuviese griposo y tengo cambios de humor repentinos, sobretodo cuando escribo...

Está claro que nos vamos a volver locos...